(O viva la revolución musical)
“Desde hoy soy super fan de Bjork”, dije cuando en la mesa post-concierto todo el mundo hacía un recorrido de su historia con Bjork. Algunos comentaban que la seguían desde hace 12 años, otros que la vieron por primera vez en MTV, otros que por la película Dancer in the dark, otros que gracias a Michel Gondry. Todos tenían un historial envidiable de seguimiento a la cantante. Yo muy orgulloso pensaba, para mis adentros, que en unos años podría decir el día exacto en el que me hice super fan de Bjork. Martes, 13 de noviembre en Lima.
Y es que lo de ayer fue un error feliz, la confirmación de aquel dicho famoso que siempre estuve esperando usar, aquel que dice que sin la música el mundo sería un error. Nada más cierto como me decía un amigo músico ayer: la música es sencilla, te gusta o no. No importa cuándo ni cómo. Los autoritarismos musicales fueron derrotados ayer a la vez que Bjork decía en español: viva la revolución.
Siempre he sentido que es bastante difícil hacer una crónica de un super concierto sin caer en adjetivos superlativos y en lugares comunes, sin embargo lo de ayer fue simplemente impecable. Y no lo digo por el despliegue técnico ni por el show mismo, que la verdad no necesitó ser gran cosa. Lo digo por aquella fuerza que retumbaba en cada canción, por aquella esencia rocanrolera que rodeó a todos los que estuvieron en el Vértice del Museo de
Era inevitable que uno sintiera la necesidad de saltar más que fan, de renegar con las miles de cámaras que se ponían al frente, de echar un vistazo hacia atrás para sentirse parte de aquellos conciertos que sólo llegan a nosotros vía video, de levantar las manos con todos, de abrazarte a la novia para sentir que nada mejor que pasar eso juntos. En un momento hice un calculo de cuánto sería lo que nos separaba de Bjork, no más de ocho metros.
Como en todo hubo momentos épicos. Earth Intruders, Bachelorette, Innocence, Declare Independence, quizá fueron los puntos de inflexión más impresionantes. Cómo así a miles de kilómetros había gente que coreaba sus canciones podría preguntarse Bjork, como a miles de kilómetros podría hacerse de su bandera y flamearla. Y el baterista atrás con una máscara de Cusco, las chicas del coro divirtiéndose como ellas solas y Bjork saltando y cantando como poseída, quizá representando la encarnación más viva de un ángel en medio de una fiesta infernal, de la que menos mal formamos parte.
Declare Independence
Que bueno que al fin hayan conciertos impresionantes en Lima, y que no sean de dinosaurios de décadas pasadas mejor aún. Precisa la crónica del concert de la islandesa. Yo estaba de viaje, pero uno de mis mejores amigos me llamó y pude escuchar Bachelorette por el celu y coincido contigo en que debe haber sido uno de los hitos de la noche.