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Es curioso constatar el paso del tiempo, sobre todo cuando te lo dicen con tus canciones favoritas. Algo se activa en el cuerpo, algo raro que te vuelve más vulnerable sucede cuando te das cuenta que te estás haciendo viejo. Ayer me pasó algo de eso con Café Tacvba, aquello del fin de la infancia. Era como presenciar, en vivo y en directo, la crónica de mis últimos once años, aquel tiempo de abandono de la niñez, la novela de aprendizaje personal frente a mis ojos en medio de un concierto que esperé por varios años.

Uno de los pocos espacios de constatación de que uno está vivo debe ser el de un concierto de música. Por eso al de ayer no se podía faltar, valía la pena echarle mano a las últimas monedas de tu bolsillo. Creo que al final el extenso setlist de la noche fue la mejor recompensa.

Las casi tres horas de concierto fueron la retribución esperada para las casi 2000 mil personas que fueron al Parque de la Exposición. Ahí estaban aquellos que seguían pensado en la Ingrata y en Las Flores, pero también los otros, aquellos que siguieron, ya no por la radio, todos estos años al grupo mexicano. Aquellos que compraron su cassette del Tiempo Transcurrido, su cd de Cuatro Caminos y que bajaron el SiNo.

Fue el ponerse al día de un público que no quería que acabe nunca el concierto. Y creo que al final todo el mundo se vaciló. Emocionaba ver a diversas generaciones saltando por igual. Aquellos que hace once años tenían veintitantos y bailaban con la Ingrata confundidos con aquellos veinteañeros de ahora que coreaban el paparupapa euuuuuuueooooo, paparupapa euuuuuueooooo del Baile y el Salón.

Para nosotros –un par de amigos, la novia y yo- el concierto no pudo empezar mejor. Alguien, en las alturas, dijo que era necesario bajar, que había espacio, que la gente estaba muy quieta, que hacía falta algunos refuerzos para los huecos que quedaban en la sección preferencial. Menos mal la poca seguridad y el atrevimiento de un valiente hicieron que algunos cuantos podamos transgredir aquel límite que nos imponía nuestra entrada. Y pudimos ver a Café Tacvba desde más cerca. Nos instalamos justo en el medio de todo.

Pensaba que llega un momento en el que uno puede hacer ya cualquier cosa, incluso darse el lujo de hacer un disco como el SiNo, anti-radial y cuyo single -Volver a comenzar- dura ocho minutos. Da gusto eso, da gusto ver como todos en el grupo representan a la música. Algunos como Rubén o Meme casi funcionan como la encarnación de aquella, sólo verlos bailar, tocar o cantar es una muestra de ello. No por gusto son los preferidos de las chicas. Sobre todo si los ves hacer coreografías.

Como decía un amigo el caso de Café Tacvba debe ser uno de los actos más extraños y originales que se hayan producido en tierras latinoamericanas. Y coincido con él en que los Tacvbos han hecho lo que han querido con la música, no sólo han transformado el rock y la música popular mexicana –que vaya que lo han hecho- sino que han creado un sonido, heredero de tantos otros, pero que a su vez no suena a nada parecido. En ese sentido, el aporte de los mexicanos a la música no se puede resumir en estas líneas, su llegada a la radio, a aquella que como ellos mismos dicen son las que imponen la moda es todo un triunfo para celebrar.

Ayer Rubén –o Cosme, Massiossare, Gallo Gasss o Cone Cahuitl- se encargó de decirnos aquello mientras presentaba el SiNo, disco que desde su título suena a mucho. El contenido, el sonido, la gente cubrieron todas nuestras expectativas (el único que falló fue el director de cámaras).

Al final no fuimos al Yacana como muchos, pero sí en el Superba donde comentamos el concierto con la excitación que siempre te queda, con la chela necesaria para la afonía. Enumerando los mejores momentos, tratando de alargar la noche lo más que se pueda, y con ello extender hasta lo máximo aquella sensación de felicidad de estar vivo.


Café Tacvba en Lima :: El Baile y el Salón



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Foto sacada de Sintonizando